Como muchos suizos, Serge había tomado una vez el camino de Caux y encontró una nueva dirección en su vida. Poco a poco sintió la llamada de Dios, una vocación para servirle a través de este Centro de Caux y Rearme Moral, y para contribuir a su resplandor en el mundo. Esto no ocurrió sin quebrantar el corazón. Pero Dios pudo construir algo sólido, en él y a través de él, cuyo precio medimos hoy.
Serge, con su talento arquitectónico, tenía grandes habilidades de las que sus amigos se han beneficiado maravillosamente en Caux. Conocía el Centro como pocos, y ha contribuido de manera significativa a algunos de los desarrollos.
Serge no era un hombre de discursos públicos e incluso en pequeños círculos prefería abstenerse de hablar si no tenía algo auténtico que decir. Sin embargo, cuando hablaba, a menudo aportaba la visión que faltaba. Este relativo silencio lo compensaba con una notable calidad de escucha. Había ayudado a visitantes de países lejanos, fuera de las conferencias, que necesitaban encontrar a alguien dispuesto a escuchar sus preocupaciones e inquietudes de todo corazón.
Serge también se expresaba muy bien en su correspondencia. Sin duda, muchos han recibido algunas de esas maravillosas cartas escritas con su gran letra, en las que se encontraba a veces un original giro de la frase, a veces una nota profunda que reflejaba su carácter.
La influencia de Serge fue más allá de las fronteras de Suiza, por supuesto. Dejó su huella en países como Canadá, y una personalidad de Laos recordó hoy a Regula que habían pasado su primer aniversario de boda a orillas del Mekong, unos meses antes de que ese país perdiera su libertad.
Serge era un maravilloso marido, padre, hermano y amigo al que sin duda echaremos de menos. Aunque, humanamente hablando, se fue demasiado pronto, la gente sabe que su vida fue plena y rica, especialmente rica en contactos humanos porque Serge tenía un amor y un interés sinceros y genuinos por cada persona que conocía.
Dios quiso llamarle de nuevo a sí mismo, y quiso hacerlo de una manera inesperada, rodeado de cientos de amigos que habían acudido a las conferencias de Caux.
Serge Borel nació en 1933. El domingo 7 de agosto de 1988, cuando las 400 personas presentes se disponían a comenzar el almuerzo, Serge Borel se desplomó junto a su mesa y, a pesar de los esfuerzos de todos los médicos y enfermeras presentes, no pudo ser reanimado. Vino la ambulancia de Montreux, luego el helicóptero de Lausana, pero fue en vano.
